LAS MODERNAS
Fotografía de nadadoras aparecida en revista Ahora, años treinta | Victoria Kent, primera mujer española que ocupó un cargo público | Manifestación de mujeres en Madrid, 24 de julio de 1934 | Coeducación en universidad, revista Estampa.
«¡Dónde vamos a parar!... ¡Señor, señor! El alarmista se alarma; el mundo se desquicia… La mujer viaja sola; fuma tabaco, como el hombre, más que el hombre; se calza pantalones; vuela por los aires; bate récords de natación, como un verdadero marimacho... Ya la mujer no es mujer… ¿Dónde vamos a parar? ¿Pero qué es esto?»
Con estas palabras el crítico Manuel Abril, en 1929, sintetizaba a través de las páginas de Blanco y Negro algunos de los rasgos característicos de las «nuevas mujeres» o «mujeres modernas». Desde finales del siglo XIX, y con especial fuerza en el periodo de entreguerras, desarrollaron modelos de identidad diferentes, alejados del ideal tradicional de «perfecta casada» y madre, modelos que se relacionaron con la encarnación de la masculinidad en cuerpos de mujeres.
Las mujeres comenzaron a acceder al espacio público desde lugares insólitos y con una imagen diferente y revolucionaria. Cantantes, deportistas, artistas o escritoras fueron las primeras en cambiar el destino de su sexo. Pioneras en cortarse el pelo, utilizar pantalones, fumar y conducir vehículos, impulsaron ideas y cambios sociales que nos acercaron a la modernidad.
En España este modelo tuvo su auge a finales de la década de los veinte y sobre todo con el advenimiento de la Segunda República en 1931. A pesar de haber sido invisibilizadas y excluidas de los grupos intelectuales que les correspondían, las mujeres consiguieron derechos fundamentales como el sufragio universal, una mayor presencia en las aulas, nuevos trabajos que les proporcionarían emancipación económica y una vida más independiente, además de comenzar un tímido movimiento feminista por la conquista de nuevos derechos.
María de Maeztu en su despacho | Postales de Lyceum Club Femenino Español (biblioteca, salón y sala de té).
El Lyceum Club Femenino
En 1926 se funda el primer espacio cultural exclusivamente femenino en Madrid: el Lyceum Club. Su presidenta fue María de Maeztu y las reuniones iniciales tuvieron lugar en la Residencia de Señoritas. Fue un sitio para el debate en el que se organizaron exposiciones, conciertos, conferencias, homenajes, representaciones teatrales y recitales de poesía, convirtiéndose en un centro de reunión emblemático para las mujeres de los años veinte y treinta del siglo XX.
«La batalla del pelo corto ha terminado... Con la victoria de las mujeres como es natural» revista Estampa. Año III, núm 108, Madrid, 4 de febrero de 1930 | Retratos de Concha Méndez, Maruja Mallo y Margarita Manso.
Sinsombrerismo
La artista Maruja Mallo, su compañera de estudios Margarita Manso y la poeta, campeona de natación y gimnasta Concha Méndez, fueron amigas y compañeras de correrías en los años veinte y treinta del pasado siglo. Pioneras en la utilización del bikini, la práctica del deporte y el baile del charlestón, comenzaron también a lucir por las calles de Madrid su cortas melenas sin sombrero.
Esta práctica —posiblemente importada por Margarita Nelken desde Inglaterra— se conoció como sinsombrerismo y constituyó una potente transgresión de las normas del decoro, abriendo un camino que, «junto a la batalla por el pelo corto», permitió a muchas mujeres hacer de su aspecto e indumentaria un signo de libertad y modernidad.
«La noche de mi descubrimiento en el Palacio de Cristal había conocido a la pintora Maruja Mallo y empecé a salir con ella por Madrid. Íbamos por los barrios bajos, o por los altos, y fue entonces que inauguramos un gesto tan simple como quitarse el sombrero. Recuerdo un pleito que tuve con mi madre una tarde que me veía salir a la calle con la cabeza descubierta: “¿Pero por qué no llevas sombrero?” “Porque no me da la gana...” “Pues te tirarán piedras en la calle”, “Me mandaré construir un monumento con ellas”. Íbamos bien vestidas, pero sin sombrero, a caminar por el Paseo de la Castellana. De haber llevado sombrero, decía Maruja, hubiese sido en un globo de gas: el globo atadito a la muñeca con el sombrero puesto. En el momento de encontrarnos con alguien conocido, le quitaríamos al globo el sombrero para saludar. El caso es que el sinsombrerismo despertaba murmullos en la ciudad».
Memorias de Concha Méndez
Miliciana, revista Ahora, núm. 1.796, 1 de agosto de 1936 | Cartel Les Milícies us necessiten!, 1936-1939.
Las Milicianas
En los primeros días de la guerra civil española, algunas mujeres se alistaron en las milicias y fueron a los frentes de guerra en el mareo de un impulso ideológico antifascista. A pesar de tratarse de una minoría, que no fue respetada por los hombres, su imagen se convirtió en un icono esencial que supuso una ruptura radical de la iconografía tradicional de las mujeres, las milicianas fueron utilizadas como instrumento propagandístico por el bando republicano y al inicio de la guerra llegaron a ser calificadas como «heroínas de la patria», protagonizando numerosos carteles y portadas de revistas. Se las ensanlzaba como mujeres activas, agresivas y luchadoras, cualidades que habían pertenecido hasta entonces a la esfera masculina, y prueba de ello fue la incorporación del mono a la vestimenta de estas mujeres, que funcionó como una poderosa metáfora visual de la libertad. Cuando se las quiso devolver a la retaguardia, se las representó como prostitutas tentadoras de los hombres a los que envilecían por medio de las enfermedades venéreas.